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EL ‘DIARIO DE TODOS FRANK’ / ENCERRADOS Y RESILIENTES

Miércoles 25 de Marzo de 2020

Reflexión de Eduardo Meana para estos días de cuarentena. Buenos Aires, marzo 2020.

Mi casa era una casa con libros. Diré, girando el inicio de Tolstoi en ‘Anna Karenina’, que las casas sin libros se parecen, pero cada casa con libros es única. Pues los libros dan memoria y alma propias. Los libros imprimen carácter.

Una vez me tocó dar charlas en dos ciudades españolas. En la casa religiosa donde habité en una de ellas, la biblioteca tenía libros denunciando los bombardeos franquistas. En la otra ciudad -la capital- en un ámbito perteneciente a la misma congregación, encontré libros glorificando al Caudillo. Dime qué selección de libros hay en tu casa y te diré tu nombre.

Con dos hermanas mayores escribanas, algunos libros eran volúmenes pesados, tratados legales en varios tomos. Ideales para mis construcciones infantiles, como sostén de mis castillos y puente para mis autitos.

Pero otros me atraían por sus lomos bien encuadernados, sus colores, y sobre todo sus nombres. Qué felicidad cuando pude empezar a leerlos: Kazantzakis. Monteiro Lobato. Ascasubi. Sand. Ante nombres extranjeros, empecé a ser un viajero.

Y supe que el mundo era más ancho y más largo que mi presente. Que abarcaba lenguas y colores diversos. Montale. Hemingway. Marechal. Tagore. Y tiempos pasados no tan pasados pues nos concernían y explicaban. Zweig. Solzhenytsin. Churchill. Gibbon.

Las largas tardes de ‘chico cuyos padres trabajan afuera y se calienta la comida solo’ me hicieron lector paulatino de esas perlas. Y de novelas como las de Morris West, ciencia-ficción genial de Bradbury o Verne, poesías de Gabriela Mistral y biografías como la de Claude Debussy.

Hasta que me tocó llorar por primera vez ante unas páginas, en la soleada soledad de una media tarde, sentado en uno de los amados sillones orejones del living, ante un librito pequeño escrito -sin saberlo- por una pequeña.

Anna Frank me abrió el alma en dos. Su viaje interior -encerrada, encerrados- me convocaba, con su voz adolescente. Inocente y audaz, Anna fue mi mentora.

Fue subversiva, porque todo colectivismo autoritario teme a los distintos, y más a los mansos cuya mansedumbre denuncia la arrogancia de las violencias masivas. Solidaria pero personalísima, Anna fue mi profeta.

El suyo era el viaje de una generación a través de la catástrofe.

 

 

En estos días de encierro forzoso, creo que muchos estamos escribiendo un ‘Diario’ análogo.

Recluidos a la fuerza, y a la vez voluntariamente. Frente a un enemigo inhumano, malicioso, que invade sin respetar fronteras, país tras país. En riesgo cierto de muerte. Con casi invisibles ángeles humanos, solidarios y callados, acercando víveres con sigilo. (Me decía anteayer un amigo: Me voy a dejarles comida a unos viejitos muy solitos de mi edificio).

Y con luchadores en el peligroso exterior, aportando a los encerrados esperanza… y combatiendo al enemigo -como la Resistencia, sin medios suficientes… pero transidos de coraje: y así son hoy nuestros agentes sanitarios, abrumados pero resilientes. (Me confesó estos días un hijo del corazón que es médico: dos horas durmiendo, veintiocho en pie).

La reclusión, en Anna y su familia, y en nosotros, pone a prueba cada gozne, cada mecanismo, cada reflejo del alma y de los vínculos. Se trasparenta lo que estaba opaco: No hay más remedio que llamar ‘verdad’ a la verdad.

Como los monjes eremitas lo saben, la reclusión nos vuelve solos y desnudos ante Dios. Y es el tiempo de conocer ‘la voz de los demonios interiores’, escucharlos, conocer sus engaños. Y de la abierta y difícil oportunidad de responderles desautorizándolos, abrazando en humildad una verdad personal más nítida y comprometida.

Anna Frank no se daba cuenta de cuánto aprendía. Pero su ‘Diario’ nos espeja que comprendió, encerrada con los suyos, qué es ‘lo que pasa’ y qué es ‘lo que permanece’. Vivenció las mezquindades, los miedos, la vanidad ilusoria ya desvanecida de una vida despreocupada. Pero también describió el heroísmo escondido, abrazó la integridad de los sufridos fieles, y se abismó en su primer amor.

Ayer, una persona amiga me decía. ‘Esto es como una pesadilla’. Yo le respondí: ‘Sí. Me duele el dolor de los más afectados, y las consecuencias devastadoras que afrontará la humanidad, sobre todo los más pobres.

Pero -me animé a agregarle- también era una pesadilla de vacío la existencia como consumo y ostentación. También es pesadilla vivir sin estar casi nunca juntos padres e hijos, vivir escapándose de uno mismo tras espejismos de felicidad, manipulados en un ‘pensamiento de rebaño’ de nunca pensar desde uno mismo, y corriendo de insatisfacción en insatisfacción’.

Somos ‘Todos Frank’ si echamos raíces en este detenernos, no como maldición sino como chance de vida. Si pensamos desde dentro. Si tomamos conciencia sobre qué es vivir y morir. Si abrazamos por fin lo valioso porque lo no valioso no es imprescindible. Si nos plantamos ante lo vacío que nos vacía y ante la palabrería que nos confunde y diluye. Si leemos más y mejor -si estuviéramos en mi hogar de niño, te recomendaría a Zweig, para que cuentes a tus hijos qué pasó y qué puede volver a pasar si nos aplanamos y dormimos todos.

Somos ‘Todos Frank’ si nos volvemos subversivos contra lo despersonalizador que se nos quiere imponer -colectivista, autoritaria, caudillesca, arrogantemente. Si reconocemos por fin como demonios, y no como divertidos rasgos de la época, a los que nos masifica, degrada y encadena. Si resistimos desde la dignidad humana puesta a prueba y el amor reaprendido y purificado.

Si le ponemos palabras al mundo que fue. Y si nos atrevemos a generar un ‘Diario’ que sea semilla del mundo que puede ser.

Cada generación debe hacer su travesía en el diluvio catastrófico.

Y repudiar lo que mata. Y reescribir el viejo Diario con sangre, lágrimas, audacias e inocencia.