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LA (IN)SOPORTABLE CONSISTENCIA DEL SER

Viernes 27 de Marzo de 2020

Encerrados y recentrados / Reflexión de Eduardo Meana – Buenos Aires, marzo 2020

La consistencia es una cualidad de densidad. La existencia puede ser, usando esa medida, o bien diluida, o bien ‘consistente’. Estos días únicos de la vida… ¿son insoportablemente pesados? ¿O asistimos a una vuelta masiva a la soportable y fértil consistencia, una consistencia algo perdida de la vida personal, familiar y social?

Baumann habla de vida líquida y vida sólida, amor líquido y amor sólido. Kundera es quien habla de ‘levedad’ del ser (y oímos estos días a tantos quejarse de ‘lo pesado’ que afrontamos). Aquí te propongo pensar más bien en densidades. Como si ‘vivir’ pudiera ejercerse en un rango que va desde la levedad de un flan hasta la reconcentrada sustancialidad de una torta galesa.

Encerrados, ¿nos estamos topando con la verdadera densidad de nuestra vida? ¿Y percibirla, nos rescata o nos hunde?

Si se nos venía prescribiendo como diseño de vida cotidiana un escape, un no-parar, digamos una entropía del movimiento continuo que se aleja cada vez con más prisa de su centro originante, estos días son, para millones de personas, días de súbito detenerse.

Las burbujas ya no son nuestro hábitat, sino que somos forzados a rehabitar la sustancia. Nuestra agenda no es más de mucho, sino de poco y lo mismo. Nuestra huella de ubicaciones pasa de un mapa a un solo punto. Obligados a ‘no aparecer’, muchos están empezando a preguntarse mejor por su ‘ser’.

Somos constreñidos a volver al punto inicial del big-bang: el centro originante. Y la vida se vuelve espesa. Pero ese espesor está latente de sentido. 

Dice la física gracias a Einstein que el tiempo y el espacio son un ‘continuum’. Pues bien, aquí estamos, confinados por la pandemia: aquí, el punto cero de nuestro espacio/tiempo. Estás encerrado en el ‘espacio cero’ que es ‘tu tierra’, tu parcela de mundo donde enraizas.

Es tu madretierra, materia prima de tu ‘estar siendo creado’: pues en este instante y en cada instante Dios te está creando con la tierra de esa particular geografía tuya. Y así, al encerrarte, reexaminas la tierra original que explica el ‘barro con aliento’ que eres.

Es tu ‘terroir’, como llaman los franceses a cada parcela única que da nutrientes y condiciones únicos a cada viñedo y cada vino únicos. En ese ‘espacio cero’ de encierro, recobras la específica originalidad de tu ‘terroir’. Y por eso puedes revivenciar el gusto de tu propio vino.

Estás re-conociéndote, en esta quietud, gracias a esta quietud. Estás reabrazando tu lugar, re-poseyéndolo. Y al volverte más territorial, como los buenos perros, más territorial del territorio de ti mismo, te re-adueñas, te re-posees.

En tu andar, divagar, girar, te nutres… pero te gastas. En tu enraizar, vuelves a estar bien plantado. En tu salir te desgastas, en tu quedar te recuperas. En ese espacio recuperado como raíz, el tiempo recupera su verdadera densidad. El tiempo ya no corre. Y ya no te corre.

Vueltos a la quietud, el tiempo cotidiano revela su consistencia. Y tus minutos y tus horas y tus días no se caracterizan por la variedad y la adicción a la variedad, sino por la oportunidad y la hondura.

Quizás ya vivías así: con esa profundidad con que habitan cada instante los que son, aman, ejercen su biografía sin recostarse en una escalera mecánica de decisiones ajenas masivamente colectivizadas, sino como protagonistas de sí mismos. Conozco personas así: activas en la diversidad de tiempos, pero a la vez centradísimas y ‘siempre las mismas’… Transitan la línea del tiempo sin perder, sino más bien hacer sentir, que el ancla de su ser está en un punto eterno. No surfean la existencia: existen, existen conmoviéndonos, existen evocando sentido, existen desde raíces ocultas.

Pues el tiempo puede ser el lugar de una aceleración destructiva (nunca ‘tener tiempo para los vínculos’, ni para la búsqueda de sentido de la vida y de la muerte, la lectura contemplativa y no funcional al trabajo, el alma, el alma del otro)… o ser habitado desde un eje interior que no gira sino estabiliza.

Tu tiempo está siendo estabilizado bruscamente por el enclaustrarte de la pandemia. Quizás, acostumbrado a girar, esto se te vuelve in-soportable. Lo que realmente sucede es que estás recuperando la memoria de lo que te permite girar: tu motor inmóvil. Tu centro. El garante de tu consistencia. Tu ‘eje-centro’. Tu permanencia.

La vida humana es movimiento. Pero para que no sea caos, escape, dispersión disolvente, hace falta habitar ese movimiento desde el inmóvil motor interior. Tu espesor de existencia. Tu espesor de ser ti-mismo, y no un reflejo insustancial de lo que otros afuera diseñen como ‘vida que debes vivir para no quedar fuera de la carrera general’.

En estos días, la pausa puede ser la reconquista de ese punto secreto de donde fluye tu identidad.

Secreto vital. Y condición para recuperar tu soberanía sobre el tiempo personal, que es la medida de tu andar sobre esta tierra. Para que no te gobiernen desde fuera los horarios como patrones esclavistas -y luego, como reacción sufriente, te vacíes y descentres en tiempos de ‘olvido de las presiones cotidianas’, y escapando de ti mismo hasta el próximo rato de ‘tiempo esclavo’.

Una persona que de verdad y en obras me quería mucho vivía prometiéndome, a mí y a otros amigos suyos, llamarme o visitarme. Casi nunca lo pudo concretar. Yo he sido así: sentía la necesidad de prometer un tiempo de calidad en mis vínculos, que luego mi propia inercia super ocupada acababa por boicotearme.

Eso no se soluciona desde fuera con nuevas agendas u organizadores del tiempo. Es un problema más profundo. Es haber perdido el control del propio ser que fluye en el tiempo. Hay en ese ‘no poder parar’ un misterio abismal de desidentificación, de no concordancia con el manantial que uno es, algo de trágico y doliente escape.

Y genera una progresiva inconsistencia personal; y un riesgo de terminar disgregados en una contradicción inhabilitante. Como la de un automovilista que ve al costado de la ruta una estación de servicio, sabe que necesitaría frenar y detenerse, pero no sabe frenar, la velocidad lo ha encantado, su auto lo maneja a él -el diseño de su vida pasa a ser más importante que su vida.

Lo que sucederá es que la detención ‘de nuestro auto indetenible’ será forzosa (y ejerceremos resistencia y disgusto), será forzada (una operación quirúrgica inesperada, una muerte, un fracaso estrepitoso en un vínculo no atendido con detenimiento, o una pandemia).

Este es el momento de pensar si la resistencia y el disgusto que las detenciones te provocan (también a la hora de sentarte a leer, escuchar detenidamente la vida de tus prójimos, hacer un retiro con verdadero silencio, hablar con tu terapeuta, u orar en tu corazón) no son la alarma de tu velocímetro alocado y el lado rojo que grita un combustible exhausto.

Volvamos a la densidad adecuada. Que lo insoportable no sea ser centrados y sustanciales; sino un modelo de vida que nos condena a la terrible e infecunda levedad.

Recuerdo un capítulo de Friends en que Monica, desde su habilidad de chef, ensaya con sus amigos -que esperaban que cocinase un pastel de cumpleaños- un postre alternativo: flan. Un flan de cumpleaños. La decepción es general, y el flan termina mal. Siempre pensé que es lógico: festejar juntos la vida amerita algo más consistente que un flan. Amerita cortar con cuidado, repartir lentamente y saborear espesamente un bocado que evoque nuestros más amados sabores, texturas, y aromas, diversos y concentrados en una masa no diluida.

Los que crean son así. Un eje; un punto, un centro. Sostenido. Exclusivizado. Profundizado. El logro final de su reconcentrada trayectoria llega a millones. (Así también son los que investigan y crearán la imprescindible vacuna).

Solo la consistencia permite ‘hincar el diente’ en algo real, si deseamos ser fecundos y celebrar nuestros vínculos. Pues si algo emerge en estos días es que donde más repercuten el escape permanente y la prisa adictiva de personas en constante big-bang, es en la débil, y a veces tóxica, calidad de nuestro vincularnos.

Solo un espacio/tiempo reabrazado como eje y centro, desvela que amar, amar-crear, amar-cuidar, amar-servir, es nuestra identidad primordial y nuestra misión vital. Quizás el encierro nos haga por fin afrontar cómo estamos vinculados, o sea: qué inconsistencia o consistencia tienen nuestros ‘te amo’. Si son fuertes o son un flan.