Noticias

Septiembre
EN EL MES DE LA BIBLIA

Martes 06 de Septiembre de 2022

Por: P. Hernando Jaramillo, ssp

En el Padrenuestro, Jesús nos invita a pedir cada día el pan, el pan de su Palabra y de su Eucaristía. Todo tiempo es pues propicio para nutrirse espiritualmente, para ventilar el alma y dejarla habitar por la presencia transformadora de Dios; cada día podemos acoger la Palabra con la obediencia de María en un Sí que se proyecta hacia la eternidad. Pero el mes de septiembre, tradicionalmente, es el mes de la Biblia, que es la carta de Dios a la humanidad, como bien la definía el beato Santiago Alberione. Oportunidad para que, en cada familia o comunidad, la Sagrada Escritura sea leída, orada, contemplada, encarnada y hasta expuesta con veneración. Recordando que el cristianismo no es una religión vinculada primordialmente a un libro, sino la persona de Cristo, en quien halla plenitud toda la Escritura. En el Padrenuestro, Jesús nos invita a pedir cada día el pan, el pan de su Palabra y de su Eucaristía. Todo tiempo es pues propicio para nutrirse espiritualmente, para ventilar el alma y dejarla habitar por la presencia transformadora de Dios; cada día podemos acoger la Palabra con la obediencia de María en un Sí que se proyecta hacia la eternidad. Pero el mes de septiembre, tradicionalmente, es el mes de la Biblia, que es la carta de Dios a la humanidad, como bien la definía el beato Santiago Alberione. Oportunidad para que, en cada familia o comunidad, la Sagrada Escritura sea leída, orada, contemplada, encarnada y hasta expuesta con veneración. Recordando que el cristianismo no es una religión vinculada primordialmente a un libro, sino la persona de Cristo, en quien halla plenitud toda la Escritura. 


De hecho, entre leer un libro cualquiera y leer la Biblia hay un espacio vital que se abre: es respirar la brisa suave de la presencia silenciosa de Dios y dejar que esa Palabra dibuje el horizonte personal y eclesial con la fuerza de sus inspiraciones. La Biblia es capaz de abrir la mente, la voluntad y el corazón tanto del creyente que aspira a la salvación, como de toda persona sedienta de verdad, pues sabe incluir a todos, por pura gracia, en el proyecto histórico de Dios sobre la humanidad. 


Quien pretenda acercarse a la Biblia como si fuera un libro de historia o un código de conducta, se equivoca. Se trata más bien de un libro que, sirviéndose del lenguaje humano y de los acontecimientos propios de un pueblo, nos invita a ser parte, en todo tiempo y lugar, de un nuevo encuentro entre Dios y su criatura, pues se aplica a cada situación y a cada época de la humanidad. Acerquémonos, pues, a esta fuente perenne de sabiduría como discípulos sedientos de agua viva y no como eruditos deseosos de deslumbrar. 


Para lograrlo, hay que dejar que la lectura personal y comunitaria de la Biblia se envuelva en la aureola del silencio que escucha, del silencio fecundo que hace posible la encarnación del Verbo. Un silencio abierto similar al que describe el final de un himno del breviario: Llénanos de tu presencia, Padre; Espíritu, satúranos de tu fragancia; danos palabras para responderte, Hijo, eterna Palabra. Amén.