Pablo de María

No es posible acercarnos a san Pío si no nos acercamos también a Cristo, al Cristo pascual, que, glorificado, nos sigue mostrando las heridas de sus manos, esos estigmas que nos recuerdan su Pasión, y también que "por sus heridas fuimos curados" (ls 53, 5). En la figura de este sacerdote capuchino podemos ver el reflejo de Aquel que por amor a nosotros se hizo sacerdote, altar y víctima. Silenciado, mal visto, mirado con sospecha y bajo la mirada supersticiosa de quien busca y rebusca lo sobrenatural, está el Padre Pío de Pietrelcina, paciente y de mirada penetrante, para quien el confesionario se volvió su cátedra de misericordia y el lugar desde donde se hizo casa, abrazo, consuelo y se es signo creíble para los demás. Asociado a la pasión de Cristo, más que por los estigmas, por el sufrimiento y la incomprensión, este santo siguió enseñando, m{as con la vida con las palabras, que "hay un solo pensamiento que debe ocupar tu mente: amar a Dios y practicar y predicar el bien".

¡Celebrar Misa es asumir la Cruz, subirse a ella y darse! Así el santo capuchino entendió su ministerio sacerdotal, ofreciendo el perdón de dios a manos llenas, incluso a quienes le hacían el mal. Hoy el Señor nos invita a no tener miedo y nos recuerda por su intermedio que "el miedo es un mal peor que el mismo mal. No se fatiguen por las cosas que generan turbación y ansiedad. Una sola cosa es necesaria: elevar el Espíritu y amar a Dios".