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Editorial
Natividad. Autenticidad y felicidad.

Miércoles 30 de Noviembre de 2022

P. Hernando Jaramillo Osorio, SSP

La Navidad llega con su carga de ritos y tradiciones, de recesos y festejos que hacen parte hoy de todas las culturas. Pero, bajo el influjo de hábiles estrategias comerciales y de jugosas propuestas turísticas, la celebración navideña se ha vuelto tiempo de compras, época de vacaciones, y poco deja percibir de su esencia original. Hay licencia para todos los excesos, su signo anunciador son los ambientes sobrecargados de luces artificiales y su personaje principal dejó de ser la tierna imagen del Niño del pesebre para convertirse en un lúgubre y ruidoso personaje encargado de repartir regalos. 

Conviene entonces recordar lo que los relatos evangélicos nos dicen del hecho. Lucas reporta que, en medio de la noche, unos humildes pastores que acompañaban a sus rebaños recibieron la noticia del nacimiento del Salvador y de inmediato fueron a Belén, descubriendo en un austero pesebre “pues no había lugar para ellos en la casa” (2,7), a María, a José y al Niño. La mirada sencilla de aquellos centinelas nocturnos se llenó de admiración al ver, en la fragilidad de un recién nacido al Mesías anunciado. Sin tardar, se dieron a la tarea de darlo a conocer a muchos otros, dejando maravillados a cuantos los escuchaban (2,18). 

Ahí está precisamente el corazón de la navidad: recibir un anuncio, acogerlo con admiración, reconocer al Salvador y darlo a conocer a los demás. Sin embargo, el drama sigue siendo el mismo: "vino a su casa, y los suyos no lo recibieron". Pero, a quienes lo reconocieron, les da el poder ser hijos de Dios (Cfr. Jn 1, 11-12). Regalo más bello no podría recibir un ser humano; poco que ver con los regalos que anuncia el comercio.

La Liturgia cotidiana no pretende ni aniquilar el deseo humano de embellecer los ambientes, ni privar a las personas de los momentos festivos que trae la Navidad. Pero quiere que éste sea un tiempo de autenticidad y de fecundidad. De autenticidad para que siga siendo una celebración religiosa, con el resplandor y la alegría de la fe sencilla; y de fecundidad, para que en las familias y en la sociedad se respire la vida, se multipliquen los gestos de fraternidad, se apaguen los conflictos y reine la paz. En autenticidad y fecundidad los símbolos navideños dejarán de ser aliados del consumismo y los augurios serán mucho más fórmulas desabridas de una felicidad efímera.