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Editorial del Mes
Coman y beban todos de él

Jueves 01 de Junio de 2023

P. Hernando Jaramillo Osorio, SSP

Desde el principio del cristianismo, cuando los creyentes se reunían para orar, estaba presente el memorial de la cena que anticipa y prepara el banquete celestial. El alimento compartido era para ellos Pan de vida eterna y Cáliz de salvación. En cada encuentro resonaba la invitación de Jesús: “Coman y beban todos del él”.
En este memorial, poco a poco fue tomando importancia la devoción y se desarrolló el culto a la Eucaristía, mediante la conservación de las sagradas especies en un sacrarium, lugar eminente y bello, que debía tener una lámpara permanentemente encendida. Se expresaba así la veneración cristiana hacia la presencia real del Señor en la eucaristía, aunque la “reserva” tenía entonces como fin exclusivo la comunión de enfermos y ausentes. Así nació la celebración del Corpus Christi, que fue inicialmente una procesión solemne del Santísimo, a lo cual se fueron sumando otras exposiciones eucarísticas, colocando sobre el altar el Sacramento en custodias, tal como hoy lo conocemos. Sin embargo, en la última cena, Jesús anunciaba a sus discípulos que era su Cuerpo y su Sangre lo que compartirían. Estaban siendo testigos de que esa noche se estaba entregando no sólo por los que estaban allí sino por muchos más. Al quedarse en un pequeño trozo de pan y en un sorbo de vino, estaba mostrando la manera más humilde de quedarse con los suyos hasta el fin del mundo (Cfr. Mt 24,14).

Lejos de estar restringido a un pequeño grupo, el don de la Eucaristía es alimento para la humanidad. Así lo recordaba el papa Francisco en Roma en 2015: “la Eucaristía no es un premio para los buenos, sino la fuerza para los débiles; para los pecadores es el perdón, el viático que nos ayuda a andar, a caminar”.

Jesús deja preparado un banquete al cual todos están invitados. Y lo instaura en un momento de gran fragilidad, mientras se fraguaba una traición y se avecinaba el drama de la negación. Así que Jesús pone desde el inicio al centro del memorial eucarístico a las personas más pequeñas, frágiles, perdidas, enfermas, dolidas... invitándolas a crecer en el servicio y el testimonio. Con el mismo trozo de pan y el sorbo de vino, está vinculando nuestra humanidad con la suya, elevándola hasta su divinidad.

Así que, es sano y muy benéfico para el creyente adorar la presencia real de Cristo, contemplarlo con veneración, a solas o con otras personas. Pero, alimentarse de él, acercarse con las disposiciones de 1Cor 11, 27-29 es acoger la salvación, construir la Iglesia, recibir vida en abundancia y hacer memoria de Cristo hasta que él vuelva.