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Editorial del Mes
Abuelos y adultos mayores

Viernes 30 de Junio de 2023

P. Hernando Jaramillo Osorio, SSP

El domingo 23 de julio, al acercarse la memoria litúrgica de los santos Joaquín y Ana, se celebrará en toda la Iglesia la tercera Jornada Mundial de los Abuelos y de los adultos Mayores. La Liturgia Cotidiana se une a este deseo del Papa y quiere brindar su aporte para una reflexión sobre el tema.

Muchos de ellos deambulan por las calles con un caminar lento, vislumbrando resignados el final inminente de un recorrido, sus cuerpos marcados por los años, sus miradas perdidas en el tiempo, sus mentes cargadas de recuerdos y sus corazones heridos por incomprensibles ausencias. Cada día son más, pero se les ve menos. Algunos huelen a tristeza, a lágrimas e insomnios. Otros resisten en soledades amargas, anhelando una palabra, un oído atento o simplemente un poco de compañía. Entienden que, en la sociedad del descarte, del pragmatismo utilitario, su figura cuenta poco. Al no tener lo que algunos llaman calidad de vida, se les ignora, se les evita o se les relega.

Y, sin embargo, sigue habiendo también muchas personas ancianas que son felices, que transforman su pasado en trampolín y no en museo, que valoran su presente y no temen asomarse al futuro. Incluso las hay haciendo trayectos personales muy interesantes de crecimiento, da gusto tenerlas cerca porque son inspiradoras, transmiten vida. Y aunque también hay un número no despreciable de aquellos que mastican la amargura de la ingratitud o son patológicamente incapaces de conectar con los más jóvenes, al abordarlos con respeto se deshacen en la ternura de una respuesta constructiva. Prueba de ello es el número importante de adultos mayores que frecuenta nuestras iglesias y parroquias.

Pero, la atención pastoral a estas personas no puede formatearse con estilos de geriátrico. Evangelizar la vejez significa valorar su pasado proyectando el futuro, implica acercarse sin prejuicios a una etapa del itinerario humano cargada de experiencias, pero también de dolencias. Es generar una solidaridad afectiva entre jóvenes y ancianos para comprender que la Iglesia es por vocación una familia de todas las generaciones, en la que cada uno pueda sentirse en casa, donde la lógica de lo útil y lo productivo ceda el paso a la de la gratitud y la acogida mutua.

Acompañar al adulto mayor requiere también preguntarse por el significado de sus silencios. Muchos no son de reproche sino de escucha, no nacen del egoísmo sino de prudente espera, no indican desafección por la Iglesia sino perplejidad al verse reducidos a espectadores de un trabajo evangelizador algunas veces excluyente. Porque, como decía el poeta Víctor Hugo: “Si fuego es lo que arde en los ojos de los jóvenes, luz es lo que vemos en los ojos del anciano”.