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Editorial del Mes
Servir, otra manera de evangelizar

Martes 01 de Agosto de 2023

P. Hernando Jaramillo Osorio, SSP

Sin él no hay comunidad. Sin él no hay ministerios eclesiales. Sin él no hay verdadera compasión ni atención a los más necesitados. Sin él no hay fidelidad a Cristo, quien vino no para ser servido sino para servir, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Hablamos del servicio, es decir, de aquella manera de cuidar al otro, de ser su esclavo, según aquella esclavitud de Cristo, quien no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se anonadó pasando por uno de tantos.
La herramienta más preciosa en todos los campos de la evangelización es el servicio, sobre todo en aquel fundado en la gratuidad de quien ha elegido libremente el seguimiento de Jesús. No se puede llamar servicio cristiano a una filantropía horizontal, aislada de toda referencia al Evangelio. No se puede llamar servicio apostólico al ejercicio de gestiones administrativas desvinculadas de las alegrías y las tristezas de una comunidad concreta. No se puede llamar servicio sincero cuando se apoya en mecanismos publicitarios que solo buscan reconocimiento público.
En la Iglesia, desde sus orígenes, se instauró un grupo selecto de personas para encarnar las muy variadas formas de servir. Se llama diaconado. La palabra diácono viene del griego y se traduce como servidor, ayudante, criado encargado de diversas tareas domésticas. En los Hechos de los Apóstoles, la comunidad primitiva optó por confiar a los diáconos la atención a las viudas y a los pobres, facilitando así a los apóstoles el anuncio de la Palabra. San Esteban, el primer mártir cristiano, pertenecía a ese grupo de diáconos designados por la comunidad eclesial para dar testimonio de esta otra forma de evangelizar. Otros diáconos grandes vendrían más tarde, entre ellos san Lorenzo, cuya fiesta celebramos este mes, y san Efrén, doctor de la Iglesia y llamado justamente el “arpa del Espíritu Santo”, hombre culto y respetado quien, por humildad, no quiso acceder al sacerdocio.
A estos diáconos y a todos aquellos que, a lo largo de la historia de la Iglesia han contribuido a sembrar en los campos de la evangelización semillas preciosas de entrega generosa y servicio desinteresado, confiamos también hoy la marcha de nuestra Iglesia, necesitada más de mártires que de predicadores, una Iglesia llamada más a ser hospital de campaña que lúgubre lugar de encuentros episódicos. Una Iglesia donde se conozca más a Jesús que a sus ministros.
Así lo entendía santa Teresa de Calcuta: "El servicio más grande que pueden hacer a alguien es conducirlo para que conozca a Jesús, para que lo escuche y lo siga; porque sólo Jesús puede satisfacer la sed de felicidad del corazón humano, para la que hemos sido creados".