La primera encíclica de Benedicto XVI está dedicada al amor y parte de la constatación de que la palabra amor está hoy tan gastada y tan agotada que casi se tiene miedo a dejar que aflore a los labios. El Papa responde a esa manipulación del amor y se propone retomar el término, purificarlo y devolverle su esplendor original, para que pueda iluminar nuestra vida.
Dirigida a los obispos, presbíteros y diáconos y a las personas consagradas, pero también a todos los fíeles laicos, la encíclica subraya la centralidad de la' fe en un Dios que ha asumido un rostro y un corazón humanos e incide a continuación en que el hombre ha sido creado para amar, en un amor que se transforma en donación de sí mismo al prójimo.