Tres factores deben confluir para que se produzca la concepción: el óvulo o factor femenino, el espermatozoide o factor masculino y la fecundación, el factor vincular. Si trasladáramos esta cosmogonía microscópica a una dimensión superior, veríamos que el óvulo es el aporte que brinda de sí la mujer; el espermatozoide es la donación que realiza el varón; la fecundación es el fruto del encuentro entre ambos. La mujer, el varón y el vínculo de intimidad coital que mediatiza la fecundación son los tres factores insoslayables, en condiciones naturales, para engendrar un hijo.
El programa de vida se nutre de la afectividad y la subjetividad de la madre gestante. El modo, positivo o negativo, en que esa mujer valore su propio ser y quehacer configura el prototipo o modelo referencial que señalará la tendencia de sus hijas. Signará también la tendencia del hijo varón respecto al tipo de mujer que es “mejor” o que más le “conviene” para vincularse.
Con otras palabras, y de acuerdo con este enfoque, cada mujer trae inscrito, en su programa de vida, la forma de ser más “propicia” para desenvolverse en la vida.